domingo, agosto 10, 2008

Mis vecinos de arriba

Mis vecinos de arriba se mudaron hace poco más de dos meses. Llegaron un sábado a la mañana, tal como lo indican las reglas del consorcio. Como antes había una oficina, pude sentir, desde la primera noche, el cambio. Lo que hasta ahí era vivir abajo del silencio en cada madrugada, de pronto se transformó en un concierto desarmónico de pasos en mitad de la vieja calma, sillas arrastradas, voces o risas, discusiones, músicas varias y hasta golpes a los que, por mucho que me esfuerzo, no puedo atribuir un origen o una causa precisa. Son sólo eso, golpes.

Al principio empezó fue apenas la contorsión de mi calma acostumbrada a la quietud invisible del piso de arriba, a algo que ni siquiera había pensado de tan desapercibido que me era. Pero luego dejó de ser la aceptación casi natural de los nuevos vecinos, de a poco comenzó a convertirse en un espectáculo creciente y hasta paralizante. Una noche escuché el llanto de un bebé durante dos horas o quizás más. Y, alternativamente, el estertor repetitivo de fuertes pisadas, como si alguien o muchas personas estuvieran saltando y corriendo. Quiero aclarar que el departamento de arriba, al igual que el mío, es un dos ambientes. Nada demasiado espacioso ni demasiado atrayente como para realizar una serie de maniobras arriesgadas o gimnásticas. Ese hecho fue el preámbulo de una serie de noches destinadas a extraños movimientos de muebles y de cosas que, por el grado de vibración percibido en ventanas y paredes, revelaban un peso inusitado. Como si no se decidieran a acomodar las cosas. Como si insistieran en preparar un escenario que desconozco tanto como sus caras y sus manías.

No se detuvieron. Con el correr de los días, los eventos se multiplicaron. Algo pasó, un sinnúmero de situaciones. Cosas que revelaban un caracter animal en su lógica… Aullidos como de bestias. Temblores o susurros, consecuencias que a esa altura ya estaban en todos mis planes. A veces trata de saber si mis vecinos son tres, un padre, una madre y un bebé, o si son cinco, o si son varios. De ratos, que el ritmo aliterado de sus pasos interrumpe, pienso sin son muchos, si son siempre distintas personas. Hasta llegué a pensar si no es una especie de pueblo.

Lo raro es que no me molestan, ni siquiera me preocupan lo suficiente como para animarme a subir. Son mis vecinos. Están ahí, del mismo modo en que yo estoy acá. Y seguirán estando ahí, del mismo modo en que yo seguiré estando acá. Hasta que se cansen, se muden de nuevo a una casa o un lugar más grande, o tenga que irme o desaparezca.
Free counter and web stats