lunes, junio 11, 2007

Té de estilo (te mata)




La mera idea de un televisor de carne. Su concreta potencial existencia, siquiera como mera idea, me conmovió hasta la humedad del departamento que ya me resultaba una prolongación de extremidades –los pies, las manos, lo arrugable.

Recién ahí apagué Discovery.

(Discovery es el nombre genérico de canales como Nacional Geographic, Infinito o Discovery Channel).

Lo que pasó es que:

Yo justo estaba viendo uno de esos documentales sobre el universo que últimamente tanto consiguen despeinarme, y encima ahora que, hace rato, descubrieron que el universo está todo conectado por cuerdas, diminutas cuerdas como de guitarra, y Stephen Hopkins resolvió -¡enhorabuena!- la Paradoja de la Información que tanto lo hizo consumir en los últimos treinta y pico de años, es decir: la certeza de que los agujeros negros no hacen desaparecer lo que se tragan, al contrario, eso persiste en algún horizonte. Loco porque, aparte, rige un concepto: el Multiverso, vale aclarar: la ya casi evidenciada vigencia de un sinnúmero de universos paralelos a éste -que, según explican, es un subproducto de la magnífica explosión que se habría desatado por el embate de dos universos paralelos-, pero en otra dimensión y no en ésta, obvio. Tan avanzada está la ciencia que, cuentan los físicos cuánticos, ya estarían dadas las condiciones para generar un universo artificial en condiciones de laboratorio, un universo que ni bien fuere concebido -y ya en esa primera infinitesimal mil millonésima de segundo- se desprendería de éste (el nuestro) disparado hacia otra realidad en expansión constante y acelerada, pero en otra dimensión, y no en esta (curioso el hecho de que, se estima, todo tiende entonces a repetirse, siquiera en algún otro universo, o en éste mismo).

Pero en realidad no apagué, porque eso fue después. Yo nunca apago de una, ni siquiera cuando se supone que tendría que sentirme apurado o con sueño. Siempre, antes, doy una vuelta por los otros canales. La grilla de canales de Cablevisión da vueltas, lo sé por intuición, lo intuyo porque conozco la revista mensual. No se trata de algo que es lineal pero periódico (no, nada que ver), al contrario, gira. Entonces un regio zapping acaba trazando un círculo perfecto, cerrado, y hasta diría que una esfera límpida y arrogante como un bebé prematuro. Y yo no puedo apagar sin dar toda la vuelta, atraído por esa gravedad de atmósfera estable que supone el cable. (Dicen que la sucesión de imágenes que alguien te va a pasar en el momento posterior al momento en que te mueras, se parece a un zapping vertiginoso). A propósito: ¿a quién se le ocurre poner el Canal Rural entre E! Entertainment y Discovery? Y otra cosa, ¿por qué Canal á queda en una especie de isla absurda? ¿Hay criterio?

Resumiendo: vi a Narda Lepes terminar de cocinar cosas imposibles. Vi un video de Cerati en Much Music. Me vi a mí mismo interpelado por una publicidad que prolijamente odié durante seis o siete canales a los que no presté tanta atención, y eso supongo va a ocurrir con muchas secuencias de imágenes ese miércoles (yo sé que va a ser un miércoles), el zapping del día que perdí la billetera en Coto, por ejemplo. Después me detuve unos instantes muy breves en los canales de noticias, apuré en los canales de deportes y, ya completando el giro, los de películas -Space, hacé el favor: subtitulá.

Y fue más o menos por History Channel. Me empezó a latir el párpado izquierdo. Y después bostecé. Y después se me ocurrió la idea del televisor de carne, que es así: un televisor con poros, y con células, y venas, y bello púbico, y silla turca, y amígdalas, y el consabido hipotálamo. Algo entre asqueroso y ridículo, entre risueño y preocupante y distante. Pero fundamentalmente algo que no sé cómo explicar (y acá es donde viene la parte que me desacomodó, similar a comerse un cacho de pasta frola abajo del agua), algo perfectamente posible, una idea posible y monstruosa, no sé, esa cosa tenía sobaco. Y ahí apagué. Fue un clic que me afectó por adentro, como un ruido de manivelas aceitadas que repercutió en la esfera de mi sensibilidad epidérmica, y fue por eso que lo sentí acabar afuera, en la humedad oxidante del cuarto, en un afuera mío del aire, la prolongación intempestiva de todos mis sentidos, si bien yo no estaba en cuero, muy por el contrario, tenía un suéter gris casi incoloro cromo, y pegué dos ojos.
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